2. Crisis, otras respuestas          

 (Fundamentos de mis exposiciones

  Reformistas)

 

 

 

           

 

En el año 76, unos meses antes del advenimiento de la dictadura militar, asumí mi primer puesto de jefatura divisional en la administración pública, precisamente en la de mayor trascendencia institucional. Esta, implicaba el núcleo del quehacer de la misma (liquidación y distribución del pago de las prestaciones que le daban su sentido). Hasta casi fines de los 80, el Estado fue sobrellevando el egreso de sus mejores cuadros medios. Las políticas gubernamentales en la materia, nada hacían por jerarquizar la función estatal. En tal lapso fui desarrollando un profundo conocimiento del trabajo, no tanto por dedicación, sino por la imperiosa necesidad de analizar los factores involucrados en cada sector de trabajo, pre-existentes a mi acceso a cargos de jefatura. Tal análisis, producto de la conjunción del aludido egreso, progresivo/paulatino y simultáneamente no contar con cobertura de vacantes. 

          No entraba en la mentalidad de aquellas épocas la probabilidad de mermar la eficacia institucional, hasta ese momento satisfactoria y reconocida en todos sus aspectos, espíritu que estaba inserto en nuestra actitud cotidiana, aun las limitaciones tecnológicas. Por ejemplo el proceso de automatización era una gigantesca calculadora con una impresora acorde. Decir automatización era un elogio, ya que se limitaba a las operaciones matemáticas elementales e imprimir volumétricos listados con tales cálculos. Aquel espíritu no era el colectivo sino de los que frente al público usuario debíamos dar la cara insoslayablemente (vergüenza). Así mantuvimos la eficacia a costa de la eficiencia perdida - en sí limitada- por las razones aludidas; expuestos a sumarios constantes por errores mínimos pero que implicaban cargos, auditados celosamente por el Tribunal de Cuentas de la Nación. Generalmente blanqueábamos los errores, pues si no lo hacíamos y lo detectaban, perdíamos cualquier apoyo ulterior en otros que no podíamos prever. Prefería asumir el error y ofrecer la solución rectificatoria organizacional que lo evitaría en el futuro. Modalidad esta que desorganizaba a mis acusadores de nivel superior. Una vez que aquellos analizaban el descargo y propuestas, optaban por revertir su actitud intimidatoria pasando a brindar apoyo. Las carencias organizativas expuestas - bajo su control superior- los involucraban más que el error cometido en mi área. También había de carácter masivo y grosos, pero que sí o sí debían ser rectificados antes de llegar a las manos finales de los usuarios, o a lo sumo, infrecuentemente, si eran inferiores con complementos de carácter inmediato. 

        Ya por entonces era subjefe departamental de la gerencia de operaciones, compensando el esfuerzo que demandaba la coyuntura. Pero mucho más que remar, me obligaba a pensar: la crisis exigía otras respuestas, sin recetas previas. Debía rastrear los orígenes operativos y legales de los procesos involucrados siendo las sorpresas constantes. Como ser los plazos y exigencias interinstitucionales, sin asidero alguno. Otrora, los mismos, fueron ajustados por los organismos a su comodidad, sin cuestionamientos en el tiempo, asumiéndose rutinariamente. Asimismo, la labor cotidiana del quehacer institucional. Mis avanzados estudios universitarios en conducta humana, psico UBA, sirvieron para pilotear modificaciones internas y externas, ya  que  superaban el nivel técnico.  La crisis afectaba a todo el estado, así que no se podía pedir a los organismos interactuantes mayor nivel de prestación que el que podían dar, previamente pobre y agudizado en tales circunstancias. Esperaba la oportunidad de lanzar los cambios cuando resultare oportuno. Generalmente, actuaba cuando surgían errores compartidos que no podían atribuirse unilateralmente, sin ir al choque y avalado por mi prestigio técnico (desarrollado al máximo en la emergencia). Así garantizaba el cumplimiento de lo ofertado a modificar, que implicaba cambios operativos externos a los propios institucionales. El temor a involucrarse en nuevos problemas era un catalizador ideal para los funcionarios de los bancos oficiales, Correo, centros de procesamiento, áreas de control, que aún a regañadientes, aceptaban modificar los procedimientos, superados por la realidad vigente. Es decir, debía analizar el circuito técnico administrativo completo. Desde el inicio hasta que era recibido por el usuario y su labor posterior, lo cual implicaba una "invasión" extra-institucional. Algo impensado en el estado, acostumbrado a parcelar en la misma repartición el trabajo sin interrelacionarlo, extenderlo fuera de ella era solo posible por las carencias expuestas y la voluntad institucional propia de no resignar un nivel de eficacia. Esta combinación de factores hizo posible el apoyo  político del  Directorio,  avalado por jefes superiores que actuaban de nexo con aquél, sin el cual poco hubiese podido hacer. Francamente, el apoyo era porque ofertaba lo que no estaban en condiciones de procurar ellos. Quiero destacar que mi historia personal era compatible con una actitud de enfrentar los problemas que desde mi adolescencia me acosaron (enfermedades familiares serias, fallecimiento de mi padre al cumplir los 20 años, crisis económicas consecuentes, etc.) sin margen de soslayar los mismos. Asimismo, no soy un adicto al trabajo. Persuadía a mis subordinados, sin los cuales tampoco podría haber hecho nada, que el tiempo que nos demandaba el trabajo había que ponderarlo al máximo, dejando en las modificaciones concretadas un futuro más aliviado que el presente. Darle un sentido al esfuerzo cotidiano, transformándolo en productivo. Asimismo, logrando que quienes se destacaran tuvieran su premio futuro (léase ascensos), como al suscripto que llegó a Director de la gerencia en la cual se desarrolló.

Debo destacar que cualquier modificación exigida externamente - incluyendo las reformas- era transferida a mis manos para generar una respuesta formal a  tal solicitud - sin suscribirlas al exceder mis responsabilidades formales- que quemaba en manos direccionales. Mi interés en tales procesos, conocedor de los antecedentes y un estilo estético en las presentaciones, deberían determinar tal transferencia
           
          Rescato de estas peripecias relatadas - en las cuales salgo bien parado sin que Ud. pueda constatarlo- algunos conceptos que exceden a mi autoelogiada labor. Fundamentalmente que las circunstancias de crisis nos obligan a enfrentarlas sin chicanas, si queremos realmente modificarlas. Esto exige romper con estereotipos inapropiados. Años atrás leía una experiencia privada - una de las superpotencias petroleras- que realmente era sorprendente: Político-institucionalmente recrearon una crisis inexistente, exigiendo a sus niveles ejecutivos tomar el precio del barril a casi la mitad del valor de mercado que regía en esos momentos. Toda su operatoria se realizaba como si ese fuera el costo. Aunque era artificial dio sus frutos. Nosotros no necesitamos de artificios... Otra experiencia impactante, fue la de una compañía de seguros top nativa que redujo sus gastos operativos en una cruzada gerencial a un tercio de los mismos en un lapso exiguo. Generó una cultura del ahorro sobre una empresa privada, lo cual supuestamente es mucho más difícil que en el ámbito público, aún virgen...



        
En fin, estimo que debemos evaluar nuestros antecedentes para una formulación correcta del proyecto reformista.

 

Punto 3 del ensayo: Incoherencias de las reformas públicas