Editorial : Eichmann, el horror humano

 

  Hasta ahora creía que la versión del Holocausto judío era producto del relato de sus sobrevivientes, del cual no dudaba. Parece que un escritor ingles - David Irving-  si lo hacia, descreyendo no de la muerte de judíos en la segunda guerra mundial, en manos alemanas, sino de las formas y volúmenes de las mismas expuestas por los dirigentes Israelitas al mundo. Tal era su creencia que inicio un juicio por calumnias a la periodista americana Débora Lipstadt, que lo acusaba de distorsionar los horripilantes sucesos acaecidos. Aquella, conocedora de la biografía manuscrita del jerarca nazi Adolf Eichmann - uno de los ejecutantes de la solución final- exigió a Israel que diera publicidad a la misma, en donde consta todos las atrocidades del holocausto, coincidentes con los relatos de las víctimas del mismo. Ya no es más una versión unilateral, aunque cierta. Tomen nota los irving...

Justificar su conducta en la obediencia debida (¿habrá dejado algún escrito similar en San Fernando?), considerándose parte del engranaje de una maquinaria concebida para la muerte, es solo aceptable frente a la muerte inminente que le esperaba. En el artículo en el cual defino mi posición ideológica, aludo a que el hombre en general es un ser moral y transaccional. Necesitamos justificar nuestros actos conceptualmente con cierto grado de aceptación social (colegas, allegados, familiares, etc.). Y a su vez, transar en nuestras opciones, cuando estas son cuestionadas de parte de los otros que nos interesan. Estos influidos por el consenso social contrario a nuestras postulaciones y acciones, más afectas a nuestros intereses particulares que a los generales.

En la vida cotidiana una persona estructurada obsecuentemente cumple las ordenes recibidas sin cuestionárselas, como asimismo aspira que sus subordinados hagan lo mismo ante las suyas. Es su patrón resolutivo normal, más allá de lo arbitrario o no de las mismas. En otra oportunidad relate una experiencia acontecida en una Universidad de nivel en Norteamérica (posterior a la muerte del jerarca nazi). Se solicitaron voluntarios de nivel profesional para una experiencia que consistía en mover dentro de una cabina una palanca que indicaba un rango de 0 a 220 sin calificar el mismo y que debía mover según las instrucciones que le dictaban a través de un micrófono externo a su habitáculo. Frente a éste, un sujeto atado a una silla conectado a un cable que salía de la cabina en el cual estaba el voluntario. Cuando éste más trasladaba la palanca, de menor a mayor, a las ordenes del instructor, el sujeto simulaba que sufría una descarga eléctrica, que cuando llegaba a 220 caía electrocutado. Los que llegaron a tal situación - y no desistieron de tales ordenes- al ser consultados porque viendo el sufrimiento del electrocutado no dejaron de hacerlo, indicaron que no podían parar de ejecutar la orden. Y fueron unos cuantos los que incurrieron en tal desatino, aun el nivel cultural que denotaban. Hasta hubo varios divorcios, asustados los cónyuges por el nivel de la obediencia debida manifiesta y su propia piel. Hitler revoloteaba por los claustros involucrados. Este modelo de autoridad-sumisión del obsecuente es más común de lo que nos creemos y presente en cualquier tipo de organización, sin llegar a extremos como el descripto, por no darse. La experiencia referida no justifica las argumentaciones de Eichmann o cualquier otro involucrado en asesinatos seriales/sistemáticos. Nos vinculan a las deficiencias humanas en sus mecanismos de inhibición frente a operaciones simples como mover una palanca o apretar un botón que pueden implicar un desastre, al no tomar conciencia en ese momento de tal proceder.  Sandor LORENZ, uno de los más prestigiosos investigadores de los instintos animales - el de los gansos que lo seguían instintivamente creyendo que era su madre-  indicaba que estos, en sus niveles más avanzados, poseían mecanismos inhibitorios que le impedían asesinar a sus pares. Así en la lucha entre leones, el perdedor ofrece la yugular al vencedor y este inhibe su conducta perdonándole la vida. Sus traspolaciones a la conducta humana no fueron muy felices, pero algo de cierto tuvieron en considerar que un humano puede apretar un botón que dispara una bomba atómica sin existir un mecanismo que inhiba tal proceder y sus consecuencias, valido para los voluntarios y sus palancas del experimento relatado precedentemente. Esto es real y factible, pero no puede extenderse a la acción reiterada y sistémica de mutilar/matar/torturar, dado que no priva priorizar la orden a las consecuencias no evaluadas en tal momento, sino que hay una correlación directa entre su accionar y sus consecuencias en la repetición del brutal suceso observado, que no puede omitir. Tal proceder exige una justificación moral para su prosecución/reiteración, que estimo coherente se exacerba cuanto más grave es el suceso, por lo intolerable que puede no ser justificable para su propia conciencia. Así Eichmann aludía años después, antes de su manipulada biografía, que no se arrepentía del brutal aniquilamiento, sino que había que haber matado a todos los judíos. En este tipo de justificaciones la lógica esta ausente, sino la convergencia de la patología de obsecuencia con la irrupción de sentimientos de odio, destrucción, muerte, autodestrucción anidados en nuestras primitivas emociones no metabolizados adecuadamente, disparados ante sucesos de locura coyuntural. Sin duda una combinación múltiple letal que no mide  consecuencias y que resultan reiterativas tanto en la escala de lo sucedido en el motín del penal de Sierra Chica - hacían fulbito alegremente con la cabeza decapitada de un rival- con la complacencia risueña de los demás integrantes de la banda, hasta las terribles implicancias de que tal locura se transformen en políticas de estado como ha sucedido recientemente en el mundo (Chechenia, los Balcanes, Ruanda, etc.).

Los humanos, presos aun de nuestras emociones, a las cuales no podemos manejar adecuadamente, generalmente las negamos por tal razón. Actuamos impotentemente. Esto es un pésimo negocio. Debemos dar prioridad a la investigación de las mismas.  Antes que pretender extender la longevidad humana, suprimiendo el cáncer, la muerte súbita o cualquier otra enfermedad física, las cuales se presume con razón que tienen un determinante emocional frecuentemente, deberíamos luchar contra lo que afecta nuestra calidad de vida cotidiana mayoritariamente, particular y general. Que pueden costar más vidas que tales enfermedades en menor cantidad de tiempo, actuando como plaga incontrolable. Edward Bach, el científico inglés de las flores, aludía que la evolución humana estaba condicionada a la superación de las emociones básicas de los hombres, a la cual tiende su efectiva terapia floral, postulación a la cual adhiero humildemente.  

(Solidaria e Idónea). Francisco Alberto Scioscia    
    www.redsoleido.com.ar número 14 del 03/03/2000                      letter.gif (161 bytes)