La familia Chacón había decidido caminar desde Macuto hasta La Guaira. Veían los helicópteros de rescate pero con tanto cadáver y lodo alrededor, el jefe de la familia había decidido caminar.  A pesar de lo que recomendaban los vecinos; "esperar el rescate", a pesar de lo que le advirtieron los soldados "qué ¿ me vas a fusilar si no te hago caso?", a pesar de la periodista, en ese tono chillón muy de la tele, le aconsejó:"espera que te vengan a buscar, porque el camino está imposible". Nada, los Chacón, cada vez más convencidos de lo que hacían, no pararon la marcha. Caminando y caminando, siguiendo las ideas que su tradición les ha enseñado durante años, más bien generaciones de Chacón."Este país nunca piensa en mi. Y si me quedo esperando, esperando me quedo. Prefiero morirme caminando que intentar subir a un helicóptero. Porque esos bichos no vienen por mi."

Creo que, como otros, los Chacón se equivocaron. Debieron esperar, porque los helicópteros sí fueron por ellos, más o menos algunos, más o menos tarde. Pero esa capacidad de improvisación ya casi mítica del estado venezolano está y estará por mucho tiempo muy por encima de la fe que tiene la gente en instituciones, gobernantes, helicópteros. Lo oficial y privado, no le vale a la gente. Después de todo, han vivido allí, en esas condiciones, por décadas. Y a nadie le ha importado. La tragedia se ensaña con la pobreza. Las cifras de desaparecidos comienzan por el barrio y terminan en las casas de recreo con Internet, directamente proporcional a la violencia, a los hogares destruidos, al analfabetismo, al cólera. Que lejos quedan es este contexto los indicadores económicos que entusiasman al IESA y que alertan a Latinoamérica; que remota quedó la Constitución aprobada; qué inservibles los analistas políticos e intelectuales, tan llenos de ellos mismos.

Cuando los Chacón llegaron al Aeropuerto de Maiquetía, más bien buscando comida que otra cosa, en vez de recibir el "sanguchito", les inyectaron el Toxoide. Y no a todos, porque no alcanzó para el padre. Los demás se dejaron, siempre uno se deja. Los niños - que lloraron, claro- y la señora - que no quería, porque sospecha de embarazo, pero no lo dice, no es el momento de darle ese notición al señor Chacón. Pero bueno, tenían su Toxoide dentro por lo menos. Y sin embargo no respiraban más tranquilos. Es que tenían hambre. El señor Chacón, en su inocencia, todavía pensaba que, al no tener algo le sucedería a él. "Por lo menos los niños la tienen", pensó resignado. El, la verdad, no sabe lo que es eso del Toxoide. Por horas, oímos que la primera necesidad era el Toxoide Antitetánico. Todo el que llegaba, en la condición que lo hiciera, debiera ser inyectado. Cuando se acabó el Ministro de Sanidad que solo debe administrarse a las personas heridas. Sospechoso el tipo. Hasta mala sangre, para el pequeño de los Chacón. Sin embargo, pasa el tiempo, y en todos los centros de recepción de refugiados continua aplicándose el Toxoide al que llega. Y se acaba. Mucha solidaridad, mucho corazón, pero de nuevo la desinformación se nos hizo filosofía.

En el aeropuerto no les atendieron el estomago, ni les dejaban sentarse y finalmente, les echaron. Ofrecieron llevarles a alguno de los centros de acopio en Caracas. Y este es un nombre que al mayor de los Chacón simplemente no le gusta, le fatiga, le caga pues ¿Caracas? Le tiene terror. Entonces se fue a la plaza y allí esta todavía. Acampando. Pero  ¿Caracas? ¡La tuya!

El venezolano y Chacón saben entonces que los años han pasado y que no somos mejores. Que hemos levantado un país ineficiente, desordenado, con el que uno no cuenta. Que por mucho corazón que sus habitantes demuestren - esa solidaridad extraordinaria, desprendida- por más buena voluntad que todos tengamos con el semejante, el hecho incontestable que sostengamos la pobreza que tenemos, que hayamos elegido los funcionarios que elegimos y que se nos haga inevitable la memoria que desplegamos, no nos ayuda a reducir el índice de mortandad. Sea terremoto, alud o revolución. Quiero decir que pasan los años y no sabemos más, se acaban los días y no somos mejores. Tenemos corazón, y con corazón no conseguimos Toxoide. Y si lo obtenemos, entonces no sabemos manejarlo. Y si lo manejamos, entonces viene el Ministro y cambia la seña. 

Se trata de una incompetencia de carácter épico que nos hace incrédulos en el corazón del damnificado en Naciones Unidas o el Estadio Brígido Iriarte; en el habitante del Gramovén que no deja su casa ni que la quebrada ande furiosa; esta en la certeza que todos los males de la vida le pertenecen, y no por obra del destino o de Dios, sino por vivir en este país. Por ser de aquí. 

Una incompetencia en nuestro pasado que nos hace ver el futuro como una película de ciencia-ficción. El futuro perfecto ha desaparecido de nuestro tiempo existencial y gramatical (difícilmente alguien lo utiliza, lo cual, me parece, tiene un significado especial) y solo tenemos ese presente eterno en casi todo el siglo, con un índice de lectura paupérrimo que arropa todas las clases sociales y que se nota en los tirajes de periódicos, los periodistas, los Ministros de Educación. De allí que, los que huyen del Río Chico y la represa del Guapo, guarden entre su dolor y desesperación por lo cotidiano, cierto rencor, casi geopolítico, porque sospecha que no se le hizo tanto caso como a otros. Que su penuria tiene un culpable más palpable que la naturaleza. Que ser de aquí es, en esencia, no ser igual a nadie. Que nos hacen trampa. De alguna manera, no se como, pero la hacen.

Desde la quebrada de Anauco - la misma que todos vimos por años, que sabíamos que estaba allí- y que todos supimos siempre que "algún día pasaría una tragedia", hasta barrios épicos como Blandín o el Limón, pesadilla de las sifrinas y sus amigas, quienes llegaban de noche de sus viajes a Miami para que no pudieran ver los ranchitos. Hoy, hay hasta quien hace alarde de saberse los nombres de la pobreza venezolana. Y es que no somos más sensibles porque nos conmovió la desgracia. Somos culpables porque este conmovido, ni ha donado su tiempo o dinero, no ha regalado ni pañales ni Toxoide, ni ha mostrado solidaridad alguna por la pobreza que convive con nosotros. De la que somos participe.

En este contexto, queda un resumen monumental: este país, en todo este siglo, se dedico de manera sostenida y casi profesional a crear pobreza. Y tuvo éxito en su tarea. Llevo la pobreza a todos los extremos. La solidificó, le puso escaleras, le saco un cable de corriente. Es esta la mayor pobreza de nuestra nación, hazaña que supera las del arte, la ciencia y claro, la política, que son pocas. La pobreza en todos los niveles, desde los medios de comunicación hasta el  barrio; la pobreza de los gobiernos - este y todos los que recuerdo- y la pobreza que nos lleva al centro de todas las preguntas: el bendito misterio de la utilización del Toxoide. Una pobreza tan general, tan colosal, tan llena de nosotros mismos, que sólo con el lugar común y las frases hechas encontramos algún consuelo. Por eso Chacón caminó. Fue un instinto, un reflejo condicionado, algo natural. No confiamos en nosotros mismos. Sabemos lo ineficientes que somos. Al final y frente al espejo, no nos caemos a mentiras. Y hoy, esa ineficiencia, esa insensibilidad - la real, la que dura años, no el sentimiento que nos asalta frente a la desgracia- esos males que como pueblo llevamos en la piel, nos hace aferrarnos en lo único que nos parece bueno: somos solidarios. Tenemos corazón. Puro corazón.  Y nada de Toxoide. 

(Solidaria e Idónea). Gustavo OTT

   www.redsoleido.com.ar   número 9   :  27 /12  /99 .    letter.gif (161 bytes)