Cada partido recluta - entre sus afiliados o extrapartidarios
invitados- a los potenciales postulantes a los cargos electivos vacantes,
por el voto de sus afiliados. Tal acto eleccionario no es obligatorio,
presentándose un tercio - promedio- del padrón partidario, debiendo
cumplir con todos los requisitos legales vigentes y
convalidado por la justicia electoral. Estas normas han sido
sancionadas por los legisladores, en cuanto le indican las normas
constitucionales. Más aún, ninguna norma en la materia impide a un ciudadano
de bien acceder a cargos políticos. Este proceso selectivo es legalmente
inobjetable como improductivo, ya que genera una dirigencia que no satisface
las demandas sociales en la materia. O podría colegirse que estos políticos son lo que tenemos y merecemos. Es
decir, una muestra significativa y
representativa de nuestra sociedad.
Tratemos de ver, paso a paso, este proceso selectivo:
-
La afiliación a un partido es un acto voluntario.
-
La presentación a un cargo partidario es un acto voluntario.
-
La presentación como candidato partidario a un
cargo electivo, es voluntaria.
En todos los casos, la
decisión corre por cuenta propia, producto de una autovaloración para el cargo que se postula, considerándose apto
para el mismo. Obviamente serán los otros afiliados quienes decidirán quién
ganará. Podrán ser los mejores entre los postulantes, pero no garantiza su
aptitud para el cargo en juego. Generalmente no hay vacantes para cuando no
se halla el candidato apropiado al mismo.
Un político ha tenido
que recorrer un largo camino hacia el cargo electivo alcanzado. Tuvo que
autoconsiderarse idóneo para aquel, convalidado por sus pares afiliados en el
proceso selectivo partidario. Una vez electo y en ejercicio del cargo,
demostrar a sus partidarios, sus mandantes soberanos, a los que no lo
votaron, de su probidad para el desempeño del mismo.
Cuán difícil, sino
imposible, reconocer sus falencias en el transcurso de su mandato, o antes.
Primero su autoestima, luego sus íntimos, correligionarios, adherentes,
críticos... gracias a Dios, existen mecanismos propios de los humanos
factibles de soslayar tanta desgracia: racionalización,
negación, disociación, proyección... y otros complementarios: soberbia, sobreestimación,
fijación y algún otro
más que Ud. pueda aportar.
Evidentemente, desde la misma cuna selectiva emerge la subjetividad: autovaloración, autoproposición,
con la consiguiente probabilidad de sobreestimación de sus cualidades
individuales - léase narcisismo- o
de impulsos exhibicionistas - una cámara aquí, por favor- o poseer una información distorsionada del
futuro rol político a desempeñar. Ello, avalado por partidarios de similar cosmovisión y estimulado por quienes
pueden verse favorecidos por beneficios colaterales de la política, más allá
de evaluar las reales capacidades del candidato (léase familiares y
allegados).
Este análisis del proceso selectivo de nuestra dirigencia, determina tanto su
carácter legal-inobjetable, como falaz, en cuanto a que tal proceso recluta
lo mejor de nuestra sociedad. Tal proceso no garantiza ni cualitativamente ni cuantitativamente una técnica
de representación fiable. Esto no es
lo que nos representa sino aquello que nos ofrecen los partidos actuales, no
lo que nos merecemos.
Cualquier avezado político, ante estas aseveraciones, dirá
que son burdas reducciones de un proceso partidario que implica un exhaustivo
trabajo, concienzudas evaluaciones, análisis, etc. ... Pero la realidad nos dará un claro
veredicto: el descrédito general de los políticos emergentes de sus internas
partidarias (indefendible). He
tratado de no referenciar anécdotas de los políticos notorios, que
ratificarían mis aseveraciones. Ellos no crearon las reglas del juego, devienen. A lo sumo se les puede
endilgar que las mantienen. Sus propias limitaciones los exime
de culpabilidad. Igualmente, un cambio radical en las reglas de
representación, gestionadas por ellos mismos, no le garantizará su
continuidad. Observemos la realidad cotidiana: solo ante la presión de
pruebas irrefutables - a criterio de la ciudadanía en general- sacrifican a
algún camarada en desgracia
¿Quien les asegura que el día de mañana no sea uno de
ellos el incriminado?
El deber de cambiar las reglas del juego político, que generan la
clase de dirigentes políticos que cuestionamos, es de la sociedad misma. Aunque ésta ya no los tolera, se halla impotente
de hallar soluciones adecuadas por carecer de interlocutores válidos. No se
puede recurrir a aquellos políticos, que con mejor imagen pública, tratan de
revertir tal descrédito. Un técnico-político experimentado aludió sobre uno
de aquellos: "una monja no puede trabajar en un prostíbulo". Desde
joven comprendí que no se puede pelear con los malos en sus propios dominios,
hay que obligarlos al cambio de sus armas, sino se pierde.
Este es nuestro gran desafío actual: generar condiciones sociales
propicias para que emerja una dirigencia que nos merezcamos y nos represente
cabalmente. Que cumpla con un mandato social simple e imperativo:
Idoneidad y
transparencia en el ejercicio del poder delegado.
(transcripción del punto 2.1, pag.25/27 del
ensayo "Hacia una Nueva Idoneidad
Politica". Ocruxaves,97)
Aporte15 -
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