Desarrollo personal: Hacia una conciencia simétrica * ( II )

 

                        La repartición a la cual había ingresado - inútilmente, dada la desgracia- era reducida y descentralizada, de servicios sociales. Por un retiro forzoso de su dotación, el nuevo personal ingresado tenía - en el cual estaba incluido- tenía entre 18 y 22 años. Estudiantes con secundario y un número elevado cursando estudios terciarios/universitarios, de clase media-baja. El resto, un 5% compuesto por una minoría directiva universitaria liberal, de buen nivel y experiencia. Los cargos intermedios, jefes y supervisores un 10%, de nivel muy inferior. Estos eran rezagados que por su edad no podían tomarse el retiro forzoso y que constantemente eran los postergados en las promociones precedentes a nuestro masivo ingreso (1969). Imagínense lo que fue la transmisión de conocimientos entre estos hombres, que compartían el mismo espacio/tiempo y los avispados pibes, más aún que había que cumplir cronogramas mensuales de pagos impostergables. No imaginen, no existió. Los directivos capacitados vivían encerrados en sus despachos-inalcanzables. Así que nuestra única fuente de información era la documentación existente sobre las distintas modalidades de beneficios. Nuestra juventud, un clima agradable entre compañeros y un buen número de aceptable nivel intelectual y predispuesto al trabajo, fueron superando las dificultades. Agudizadas en la primera estructura  orgánica-funcional, al ascender la mayoría de estos supervisores a jefaturas, con nosotros a su cargo. En el Estado se ascendía por antigüedad. Solo en la segunda modificación orgánica, algunos jóvenes brillantes pudieron superar a estos inapropiados jefes, ocupando subjefaturas departamentales con éxitos.

            Simultáneamente a mi ingreso al Estado, había sido bochado en mi primer examen de ingreso universitario. Compartiendo con otros estudiantes el trabajo y aún no teniendo claro que carrera seguir, decidí hacer un curso de orientación vocacional, de excelente nivel y caro para mis limitados ingresos. A pocas clases desistí, correlativamente al agravamiento de la crisis económica familiar. Sorpresivamente, luego de mi segunda ausencia, recibí el llamado de una de las coordinadoras grupales. Expresé mi situación, y me conminó a concurrir aun no pagándolo, argumentando razones de coherencia grupal. Fuere cual fuere la causa - profesionales o humanitarias- fue un bello gesto. Fue una experiencia interesante, pues se nos informaba no solo de los fines, sino de los medios que utilizaban las distintas carreras, con conferencias informativas-informales dictadas por profesionales experimentados al reducido grupo ( 7 u 8 miembros).

            Siendo el mayor del grupo, 20 años, con más experiencia de vida que el resto, todos de buen nivel económico, era proyectado por estos como un empleado público del montón, sin haberme laureado. Tal visión proyectiva, era compartida por mí. No percibía diferencias resaltantes entre mis compañeros de trabajo o del grupo vocacional. Aunque en las pruebas finales de evaluación intelectual fui el más elevado, lo endilgue a la tranquilidad con las que la había tomado (léase: sin interferencias afectivas). Mi padre había fallecido durante su transcurso, casi al final y ese vacío típico de las ausencias queridas, me transformaron en un circunstancial indolente, proyectado en mis capacidades y futuro.

            Desde niño tuve una sobredimensionada visión de lo universitario. Aunque nunca me sentí inferior en ninguna actividad en mi corta vida, creía que para acceder al nivel terciario se necesitaba más que mis propias capacidades. No sé si asociarlo al bajo nivel socioeconómico de mis padres/familia, ya que no había profesionales en la misma y/o la conflictiva adolescente. Igualmente intenté ingresar a la UBA. El curso orientativo, que tenía en cuenta el nivel social de sus miembros, dio por resultado que siguiera la licenciatura en Administración, coherente con mis limitaciones económicas. El repentino deceso de mi padre, me obligó a gestionar la eximir del servicio militar. Para ello necesitaba un certificado médico sobre la endeble salud de mi madre, a mi cargo exclusivamente por ser hombre (mi hermana aportaba más pero al ser mujer no existía). El director de la clínica que la atendía emitió el mismo, con un tétrico e inesperado contenido: las expectativas de vida de mi madre se extenderían a los próximos tres meses. Tal realidad y sin obligaciones futuras para con nadie hizo revertir mi primera elección de carrera. Así emigre hacia Filosofía y Letras. Primero sociología, coherente con mi formación social-cristiana y defraudado con las lecturas excesivamente politizadas, mudé a Psicología por resultarme el material de estudio más compatible con mis expectativas. Por suerte, mi madre no murió hasta diez años después, transcurridos en buen estado de salud, aun sus limitaciones hemipléjicas. Tal desliz médico-directivo, inició la disminución de mi sobredimensionamiento a los profesionales, dejando de lado sus laureles y evaluando por sus productos.

            El ridículo ingreso universitario ratificó mis aludidas y nacientes presunciones. Por entonces, las fuerzas juveniles exigían el ingreso  irrestricto, sin hacer mella en las autoridades designadas por los milicos. Tanto presionaron aquellas que concluyo con el alejamiento del rector. Y sin oficializar el ingreso irrestricto peleado, se tomó un examen para descerebrados (de que color era el caballo blanco de San Martín,1971, créase). Incredulidad/impotencia, más aún viendo al nuevo rector - un prestigioso intelectual de entonces- paseándose aula por aula, repitiendo: "vieron que fácil fue el examen". El papel de la autoridad académica, la burla del examen y una tibia mirada hacia quienes detentaban el poder, tan lamentablemente, fueron triturando mi sobreestimación intelectual adolescente.

            Aunque las primeras experiencias en el estudio fueron duras, superando la posibilidad de interpretar textos, todo fue fácil ulteriormente (en concordancia con las exigencias). El legado secundario memo-robot cuesta superar. Las primeras materias introductorias (Psicología, Sociología, Antropología, Biología) me hicieron recapacitar sobre lo multidisciplinario del conocimiento humano, sus y mis limitaciones. Pero no deje las viejas mañas del secundario: di buenos exámenes repitiendo como un loro todo el grueso del material. Si hubiese tratado de interpretar todo el material asignado, hoy estaría estudiando. Libros sobre Freud, Erikson, Lewis, Mead, Fromm, Piaget, etc. Científicos éstos que sintetizaron sus teorías elaboradas durante años, en tales textos, no podían ser captados tan fácilmente por novatos como los  recién ingresados y con mínimas referencias de los titulares de las cátedras respectivas. Sirvió para ampliar mi terminología y sustrato de futuros conocimientos. Mucho esfuerzo y exiguos resultados. Hacíamos ver que entendíamos...

            Ya cursando el ciclo básico, las materias del mismo, fueron productivamente aplicadas en mi actividad laboral (estadística, metodología de la investigación, psicología general, etc.). Igualmente las de neto corte psicológico (psicoanálisis, evolutivas, psicopatología, etc.), en el conocimiento individual y grupal, además de mi autoconocimiento.

            Simultáneamente a la carrera universitaria, desarrolle la administrativa del estado. Los militares habían cerrado filosofía por subversiva. Así llegue a los 26 años, ya casado, con mi primer hijo por nacer, como jefe de división y el 60% de Psicología cursada (solo me faltaban las materias de relleno del básico y especialización). Y dos casas que mantener económicamente (mi madre aún en La Boca y yo en Constitución). Los años subsiguientes fueron duros: Martinez de Hoz, la hiper, mi primer hijo con dificultades de salud, gastos colaterales. Apenas di algunas materias libres. Soslayadamente cuestionabanse mis licencias por exámenes (controlaba el área de pagos, ya como subjefe departamental). Mi esposa estaba por concluir la carrera (nos habíamos conocido en la facu, al inicio). Tras el siguiente análisis coyuntural: podría aspirar a Director y mi cónyuge profesional, tendríamos asegurado un nivel medio-medio; sumado a que el campo laboral de la Psicología no era muy promisorio para poder mantener a mi familia, decidí postergar mi carrera. Demás esta decir que jamás llegue al nivel deseado económicamente, gracias al milagro Argentino.

            Mi desarrollo laboral en una estructura de servicios sociales, eficaz históricamente, descentralizada y con posibilidades de poner mis capacidades al servicio de los numerosos usuarios, resultaba una satisfacción personal, que compensaba mis decisiones universitarias. Más aún que pude integrar a tal actividad mis conocimientos terciarios y acceder a las nuevas tecnologías emergentes - informática, teleprocesamiento, microfilmación, etc.- permitiendo conformar una buena base personal y generando una cosmovisión diferente al estándar. Conocí  hombres de gran experiencia estatal, universitarios, profesores, hasta académicos, con pensamiento comprensivo y nivel adaptativo (a sus propios intereses). Un proyecto de mi autoría, que implicaba reducir lapsos en los pagos, originó una disertación en el Directorio, sobre los circuitos administrativos a modificar para tal logro. La mayoría de los miembros, ajenos a la Institución desconocían la rutina, perdiéndose consecuentemente en mi discurso explicativo. Uno de estos hombres, del mayor nivel intelectual que conocí, con un alto grado de ejercitación comprensiva, me pidió que reiterara alguna de las partes. En realidad, no me había prestado atención, ocupado en otras cosas. Poco les interesaba el proyecto, solo a mí. Concluida la reiteración y comprendidos los mecanismos a implementar me miró sorprendido, sin poder dejar de expresar: "Ud. va a hacer eso". No entraba en su mentalidad, que me tomará el trabajo de tal cambio, vigente e ineficiente por más de veinte años. Implicaba un trabajo arduo, pero posible, mejorando la calidad de la prestación de los usuarios ( que él representaba). No podía entenderme, ¿en que podía beneficiarme tal ajuste? Me miraba con sus ojos... Así fui aprendiendo en qué me diferenciaba de los otros comprensores. Nunca fui un adicto al trabajo, pero el tiempo que me insumía lo ponía al servicio de los objetivos institucionales y  no en los personales, redundando en la calidad/productividad consecuente ( y también beneficiosa para mi, dado que luego reducía esfuerzos personales futuros y permanentes). Asimismo había tenido una meteórica carrera en compensación. Me parecía normal, pero no lo era. (continua, parte III final)

 

(  * trascripción parcial del capitulo IV del ensayo "Hacia una Nueva IDONEIDAD POLÍTICA" parte II de III)

 

(Solidaria e Idónea). Francisco Alberto Scioscia
www.redsoleido.com.ar número 13 del 18/02/2000               letter.gif (161 bytes)